Pero yo soy fuerte, con unos pulmones a prueba de pinchos coronados, dejé de fumar hace ya tiempo y tengo callos en los alveolos después de tanta nicotina como ingerí. Tengo unas piernas largas, con las que dar buenas zancadas. Esta pelota, de mil pies, nunca me podrá alcanzar. Corazón, arterias, hígado, riñones son revisados semestralmente y son comparables a la maquinaria de un “longines” dando la hora.
Sin embargo, me asalta la duda de que tanta carrera rápida me haga llegar antes de tiempo a la edad peligrosa, que los minutos se conviertan en segundos y, de repente salte en unos meses a unos sesenta años, o más. Y que venga un decreto y me eche el alto para indicarme el camino de una residencia de mayores donde poder descansar, dándole un portazo a este insidioso perseguidor. Te meten en el cuartucho y ya no sales hasta que consigas desescalar, lo que es imposible porque ni sé lo que eso significa ni viene en el diccionario; como mucho, digo yo que se podrá descender, pero eso no es legal y los cuidadores ya están todos abducidos y no entienden nada más que lo que sus jefes les indican; que no estamos en la fase de desescalada correspondiente. En ese momento, has culminado tu carrera, falleces por agarrotamiento muscular, los hermanitos de tu perseguidor se hacen fuertes y se te meten por los agujeros del cuerpo, a pesar de la protección de tu piel amojamada.
Lo malo no es haber acabado antes de tiempo, lo malo es que tus deudos se llevan la desagradable sorpresa de que ya no estabas de alta para causar pensión derivada de accidente de trabajo, que te metieron ya pensionista y ahora ni los seguros quieren hacerse cargo de ti; toda una vida escapando de la típica enfermedad hambruna, la de siempre, y te acabas muriendo de una modernidad o de lo excluido.
Pues, para esto, me paro y le hago frente. Sin que se dé cuenta, saco mi mascarilla de latón, mis manoplas del horno, un empujón al acompañante, por lo menos de dos metros, un carácter agrio para el resto, que me exime de saludos, una castidad y apartamiento que ni los monjes la conocen. No sabe lo que le espera a este covid; como sean todos iguales que él, me duran a mí, lo que el sentido común le dura a la humanidad.
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